En 1988 John Waters ("Pink Flamingos", "Pecker" o "Cecil B. DeMented") salió un poco de la línea de sus películas bizarras de contenido más adulto para crear un musical para todos los públicos con mensaje incluido. Más tarde, en 2002, se transformó en un musical de Broadway donde el guión adquirió fama. Fama que ha llevado a que, al final, se realice una nueva película de "Hairspray".
Como siempre me gustaron los musicales no me importó ver este que, como todos, me llenó de felicidad y optimismo. La película, situada en el Baltimore de 1962, tiene dos tramas: la de una niña un tanto gordita que sueña con participar en un programa de baile para adolescentes y una segunda que trata sobre la segregación racial. Al final la niña consigue su sueño no solo por memorizar los pasos de baile del programa si no porque un joven de color le enseña pasos nuevos y prohibidos para blancos.
Así comienza una historia en la que la joven bailarina trata de lograr que en el programa se integren las dos razas luchando contra el sistema establecido para lograr una igualdad de derechos. Además, logra al chico.
Lo mejor: que Christopher Walken nos sigue demostrando que es el mejor.
Lo peor: que de los 117 minutos que dura la película cerca de 110 sean musical, lo que hace la película un poco pesada a ratos.
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